Por Juan Carlos Morales
Luego de 33 años (la anterior había sido en el noventa) la escuadra del Sur volvió a dar una vuelta olímpica y todo se lo deben a Maradona. Hasta su llegada (1984) la formación napolitana no figuraba entre los poderosos. Sin embargo al influjo de su juego armó un equipo capaz de superar a los grandes como el Inter, el Milan o la Juventus.
Por eso siempre se relacionó al plantel con Diego. Uno recuerda, por ejemplo, lo que fue el scudetto del ´90 cuando nos tocó vivir la fiesta en la ciudad y el último juego con la victoria 1-0 sobre Lazio por entonces con Pedro Troglio en sus filas. La ciudad vivía al compás de nuestro compatriota. Era un Dios. Lo amaban y se rendían ante su presencia. Un intocable y un auténtico líder a la hora del festejo. Fuera de lo futbolístico valoraban el hecho que el Sur podía con el Norte y a través suyo dominaban a los más fuertes.
Detrás mantenían su ingenio napolitano. Rememoro cuando tomamos el tren a Roma y en el “binario” (anden) compramos de apuro un casette que supuestamente tenía los mejores momentos y los grandes goles “celestes” pero ante nuestra sorpresa nos encontramos que el mismo estaba vacío. Sin ningún tipo de sonido.
Napoles es Maradona. Por eso la celebración tiene reservada un sitio muy especial para Diego. El que se ganó con casi ocho años de actuación. Cuando lo presentaron, apenas podían soñar con esta actualidad. Con el gol del enmascarado nigeriano Osimhen (1-1) en Udine alcanzó la ansiada corona. Fue la tercera con el “pelusa” en el cielo y en cada recuerdo. Él también fue campeón.